COMO CHICHARRAS

Por: Rodolfo Figueroa González

Estoy acá, en casa descansando, luego de escardar la hortaliza.
Estoy en casa echado en la hamaca del corral escuchando rumores.
Echado en uno de esos momentos del ocaso en que mientras las chicharras cantan uno se pone a saborear sonidos.

Y sin querer o sin pensarlo, más bien sintiéndolo, siento que ese canto de pronto es el mismo canto de aquellas chicharras que contaban los abuelos que anunciaban el temporal de lluvias.
Pero quien sabe.

En estos tiempos  las chicharras que son menos, han de cantar más fuerte intentando trascender su canto; mensaje y augurio,celebración y anuncio.Es la sensación que me invade, ellas cantan porque han de metamorfosearse muy pronto, hacen alboroto porque ciclos se cumplen, ciclos nacen.

Aunque dudo,  sospecho que esas chicharras pudieran estar conversando con aquellas, sus chicharras abuelas, muertas en la lucha de hacer de la vida un canto. Las chicharras en abundancia de aquellos tiempos que contaba la abuela; cantando y vibrando, resonando el aire, zumbando el tiempo, preludio del temporal de lluvias, cambiando la frecuencia del tedio caluroso al afán del primer viento fresco con aroma a tierra llovida.

O quizá, solamente estén contándose desdichas, quizá alegrías o probablemente lamentos en idioma chicharrés. O tal vez compartiendo noticias o esperanzas, intenciones o poemas sonoros y guturales.

Pudieran también, me late, intercambiar sentimientos en busca de mejor goce, o tal vez están poniéndose de acuerdo en algo que nosotros los humanos, como muchas otras cosas, no entendemos ni sentimos.

Porque paralelo a ellas nosotros los humanitos, bichitos ridículos y torpes también andamos haciendo un ruidajo. Más ahora, buscando conquistar la silla, el puesto. Hablando buscando convencer en lugar de entender callando y escuchando.

Nadie ganará, por supuesto, en todo caso, hay perdedoras, son las chicharras que obstinadas cantan como lo han hecho siempre desde que aparecieron en el tiempo espacio, sin mayor búsqueda más que la de cumplir ciclos naturales. Y han de aguantarse  y alejarse de los pueblos, porque las banderas de muchos colores, los perifoneos estridentes, las sonrisas hipócritas las repelen, las ahuyentan como a mí.

Por eso estoy aquí, en casa, con el patio alfombrado de hojas de tamarindo, mango y guanábano. Y trepo al árbol y me prendo de una de sus ramas, como las chicharras, tratando de afinar oído y comprender sonidos.

Así estoy en este mes de Abril, uno de los meses más pródigos en el pueblo y la región; mucha fruta silvestre. Mes donde el tiempo se alarga, se estira y los días duran más, como dándonos la chance de repensar, de replantearnos, de tener tiempo para perder el tiempo.

De lo lindo sopla el viento, el calor aumenta motivando celebrarlo con agua fresca de ciruela en una tarde primaveral donde bien yo pudiera además asegurar que estas chicharras están dialogando con sus antepasados. Y no solo se cuentan y revelan secretos. También se dicen mensajes de amor y de querencia. Se narran relatos y experiencias de la vida habitual y su entorno con la certeza de que han de seguir cantando a pesar de que en este territorio se imponga el silencio al pueblo y la desmemoria como costumbre.

Así es que están las cosas por aquí.
No intentaré jamás callar a las chicharras pero sobradas ganas existen de callar el escándalo politiquero para que junto con ellas, inséctos hemípteros, podamos todas y todos estar mejor cantando mientras succionamos la sabia del árbol esperando que emerjan felizmente, cuál maíz germinando, nuestras ninfas de la tierra.