Lo que miro desde el surco: cagar en la milpa
Rodolfo Figueroa González
Caminar hacia el matujo. Escoger el lugar. Seleccionar la hoja más suave, una de acaute, por ejemplo. Bajarse el pantalón y el calzón. Ponerse en cuclillas y escuchar el son del insecterío. Aves, abejorros, moscos, moscas y un sonido del viento rozando los zacates que estimulan, que adornan la defecación. Sentir un fresco, reanimación del ser. Sentir conexión, regresar a la tierra lo que nos ha sido dado para ser, para nutrirnos, procesarlo y regresarlo en materia orgánica que nutre suelo. Cumplir el ciclo; mineral convertido en alimento que nutrió nuestro cuerpo y regresa a la tierra para nutrirla de nuevo. Una dicha.
Entrar en un trance sintiendo el placer. Mientras el acto ocurre, contemplar el maíz, las suculentas hojas de la calabaza, descubrir simbiosis, adivinar mutualismos. Pensar el momento hecho acto sagrado, culminación de periodos, reinicio de digestiones. Y además, degustar el presente. Oler el olor a tierra combinada con aromas verdes. Concertación de colores y olores.
Crear la certeza de eso que nombran sustentabilidad; no contaminar, algo así como reciclaje de nutrientes.
Aposento de la filosofía. Inmediatez llena de vida, contorno vivo, latiente, vibrante. Creación de un espacio generador de ideas y sensaciones transmutadoras.
Cagar en medio de la milpa. Cagar que no cagarla. Cagar un antropocentrismo destructivo. Depositar directo en la tierra un desecho útil y rico. Dar alimento al escarabajo pelotero o al canino que nos acompaña sin manchar, sin gastar agua.
Descomplicar los procesos convirtiendo el desecho en humus digerible a todo ser vegetal y uno que otro animal.
Cagar en la milpa, que no cagarla.
Después de todo y aunque suene fuerte, desboronar la rigidez intelectual del lenguaje formal.
Cagar, algo natural. Cosa que realiza el académico en un cubículo; cagar ideas transformadas en un artículo. Eso que hace la clase política, cagar discernimientos delineados y perfumados con palabras aceptadas por un grupo de cagadores profesionales que siempre la cagan. La cagan y embarran a la sociedad que de manera involuntaria se siguen, nos seguimos comiendo esa mierda apestosa, maloliente y patológica.
La cagan en oficinas también. Defecan restos no digeridos por su organismo desposeído. Excretan sobras que su avidez no pudo asimilar, que su propia falta de naturaleza humana no pudo digerir, como tampoco pueden digerir esa idea autónoma y humana de cagar al aire libre.
Que no nos prejuzguen a los cagadores en la tierra, porque también la cagan en la cámara, en los pinos, en los congresos internacionales, en los salones de clases. Y ahí sí que esas excretas no regresan al suelo. Sus decisiones malolientes ensucian masas, contaminan sociedades del bien cagar e imponen una manera militar del cague para nada ecológica.
Si hacer milpa es un acto transgresor, lo es aún más cagar en medio de ella. Reivindicamos nuestro derecho a cagar a nuestro modo tradicional. Porque primero limpiamos el suelo donde depositaremos nuestras heces, depositamos nuestra evacuación, nos limpiamos con hojas de zacates biodegradables y las tapamos con tierrita húmeda y fresca que en muy pocos días se transforma en fertilidad disponible.
Que se corrigan ellos, excretores, defecadores de cacas muy sucias y malolientes que ni siquiera se reincorporan a los ciclos biológicos y que, en cambio, perpetúan la contaminación del planeta, de las personas y del universo infinito que sigue siendo testigo de cómo la cagan con un buen sueldo sin darse cuenta que esa mierda es la que se van a tragar a vuelta de año.