LO QUE MIRO DESDE EL SURCO; MÁS UNIVERSIDAD, MENOS DIVERSIDAD Parte I
Por: Rodolfo Figueroa
Menciona Laura Collin, en su libro Economía Solidaria: Local y Diversa, que “cuando la ONU se decidió a preguntarle a la gente, descubrió que eran más felices los supuestos pobres, que quienes presentaban altos índices de desarrollo”. Pues los primeros, si bien no satisfacen las deducidas necesidades básicas como vivienda, educación básica, ingreso mínimo, si satisfacen otras necesidades no consideradas como básicas en los índices de medición oficial como el amor, la comunicación, relaciones sociales, afecto, tiempo libre, creatividad, necesidades emocionales y de trascendencia. Aspectos que nuestros pueblos todavía conservan.
Históricamente, las sociedades modernas han sido inducidas al trajín descarrilado de la economía de mercado. Tal tendencia, induce a las personas a satisfacer cada vez más necesidades inventadas por la economía especulativa y descuidar las necesidades más humanas, más profundas, más trascendentes como el cariño, la compañía, la relajación, la libertad de desenvolver al ser innato que todas y todos llevamos dentro. En cambio, se nos propone un modo único de formar al ser, a la persona, al individuo. Volverlo profesional. Para que abone al progreso, para que crezca, para que mejore, para que compita dentro de estándares internacionales de calidad, para que complejice la realidad y razone en términos científicos y académicos la relaciones habituales tanto sociales, culturales, agrícolas, pecuarias, de salud, nutrición, etc. que todo el tiempo han existido de manera sencilla y habitual en la Región.
Así, se pierde el sentido común y se difuminan las necesidades humanas innatas como simplemente ser feliz, recrear la vida dentro del territorio, del tiempo y el espacio que nos ha tocado vivir. La economía de mercado que todo monetariza y mercantiliza, por diversos medios nos convence de que debemos mirar hacia fuera, comprar y consumir para satisfacer las necesidades que, local e interiormente, no podemos satisfacer. En ese sentido casi nos obliga a consumir educación, conocimiento, formación dentro de sus espacios diseñados para el adiestramiento neoliberal, humanoide, ególatra, antropocéntrico. Esos espacios, son las universidades, los alumnos los clientes y los grados el producto a consumir. Entre más grados consumas mejor puesto te otorga el mercado y cada vez más alejado y distante de las necesidades humanas profundas.
Nos hacen confundir la necesidad de empleo con la necesidad de conocimiento. Nos engañan imponiéndonos un modelo perverso que niega el conocimiento, el saber, la sabiduría de nuestros pueblos y, en cambio, nos ofertan y nos promueven hasta el fastido la nueva carrera, el nuevo campus, la nueva rectora. Las universidades y sus investigadores, secuestran el conocimiento y los saberes de los pueblos, los privatizan y luego nos hacen pagar para acceder a ellos, siempre y cuando salgas de tu territorio.
A propósito, 8 mil profesionales a arrojado el Centro Universitario de la Costa Sur en sus más de 20 años de existencia en las Regiones Sierra de Amula y Costa Sur, según mencionó la nueva Rectora en su toma de protesta. ¿Cuánto de ese conocimiento que los profesionales adquirimos allí a regresado a los pueblos, al indígena, a la campesina, al abuelo, a la abuela? ¿Por qué en la región se presentan cada vez más casos de contaminación, tala, agricultura de monocultivo contaminante, más enfermedades, violencia, saqueo, inseguridad y el auge descontrolado de alcoholismo, drogadicción, consumo de música y comida chatarra?
¿No es ese modelo, un modelo de educación-formación para el desarraigo? ¿Cuántos millones de pesos se gastan para crear nuevos espacios de formación y cuántos saberes y sabidurías se pierden en los pueblos de la región para que el hijo del campesino sea un Contador?
El CUCSUR de la UdG tiene ya más de diez carreras, más de diez edificios, 3500 alumnos de los cuáles dos tercios son de pueblos, comunidades pequeñas, campesinas, pecuarias que en ese proceso de profesionalización se están alejando de la posibilidad de aprender y reproducir las actividades cotidianas de sus padres y madres en el campo. Se graduarán para acomodarse en un puesto como asalariados, para llevar dinero al hogar, a la familia, a la madre y que ya se modernice, que deje de tortear, que el padre deje de sembrar, que rente la tierra, que compre en Soriana, que se cure en el Seguro Social, que se compre un celular y por fin tenga cable su televisión mientras el cerro deja de ser propiedad ejidal, los minerales son extraídos de manera ilegal, los bosques se privatizan, las semillas se pierden y el título del profesional cuelga meciéndose con el viento que trae el recuerdo al abuelo inválido la felicidad de aquellos tiempos, en que lo primordial era la felicidad, la riqueza de tener a toda la familia junta en el rancho, pastar las chivas, ir por el maíz, compartir la comida cosechada en la parcela.
El abuelo era feliz, tiene 88 años y una mente lúcida que procura compartir, comunalizar. Vive a 20 minutos de la Universidad, donde su nieto se prepara profesionalmente. Su conocimiento no es tomado en cuenta para el diseño de la currícula de la carrera de Ingeniería recientemente acreditada y aceptada en los más altos estándares de calidad.