A la mierda

Por Rodolfo González

Él, navegante divagando en marea alta a contra corriente. Voz ronca, pies de roble, huarache deshilachado. Memoria viva, mirada punzocortante, temple verbal. Relegado ser, potencial oprimido, corazón que lucha día a día por encontrar más que olvido.

Es de los más. De los que abundan. De los que desprecia el sistema que los genera.

El orden global, reproducido en lo local, funciona en automático. El Miércoles, 31 de septiembre, en nuestros Municipios, cambiamos de chofer para refrescar el camino que nos lleva al suicido colectivo.

Sin espacio para los indignados, los aposentos municipales se llenan de frivolidad y él, hombre de sombrero viejo, se queda en la calle tomando un trago más. Mientras ellos renuevan esperanzas en la ridícula solemnidad, él profundiza su rechazo y construye su andar ajeno al vértigo oficial.

Ellos con su discurso que no se refiere a nada, inconsecuente, programado, vacío de significado y él, en el silencio, escuchando el canto de la tierra. Y otro trago.

Motivado por una curiosidad superior a la estética y sobrepasando el antropocentrismo dibuja, dibuja flores con una vara sobre la arena. Se pregunta si estas formas naturales pueden mirarse y percibirse como un mensaje. Se pregunta si conviene más mirar, observar y adorar los relieves geográficos que la infraestructura arquitectónica. Se pregunta más, se pregunta ¿hasta cuándo? ¿Por qué no generalizar la atención del oído a la naturaleza y no al humano? Y, ¿cómo va ser lo que debe ser? Romper, despedazar, desquebrajar este mundo de apariencias, tan vano y tan vil.

Y otro trago.

Mucha información. Le cuenta su compañero que la toma de protesta estuvo abarrotada y que vinieron dirigentes del partido, directores de centros educativos… -¡pura mierda!, interrumpe.

-Cuál cabezas automáticas y en letargo, adiestradas para el aplauso y la repetición de la baba, ejecutan un ejercicio escolar interminable, como una clase primaria donde aprendieran retórica, menciona su compañero. Él lo escucha con cara en guiño de fastidio asqueroso.

El relato del suceso le llega como impacto, no como historia. Aburrido desenrollo del quehacer político mitómano, recordatorio de lo predecible, ejemplo de lo riesgoso de la vida. Vaya él a saber, hombre de libertades ensanchadas, en que parará este trajín de lógicas volteadas. Donde desde la misma práctica lingüística, los de corbata echan maromas parlanchinas y enaltecen el objeto, lo cuantitativo, desvalorando la sustancia, la cualidad, el sujeto complejo e inexplorado.

Y un trago más.

-Voces que se sienten a gusto con los números, las cifras, los porcentajes, los dígitos, sin remordimientos, que ignoran los cuerpos vivos, los aromas, el sufrimiento, la humanidad, continúa reflexionando, ebriosonando, su compañero. Y él se ofusca.

– ¿O que piensas?, le pregunta. Y obtiene la espalda como respuesta.
Entonces, el compañero acelera el análisis; -lo que dicen públicamente promueve la amnesia colectiva, cívica, histórica, nos quieren arrebatar la experiencia, borrar los horizontes del pasado y del futuro, reducirnos a ser ciudadanos del olvido, como televidentes, aceptando lo que te pasen…

Un eructo resonante deja en silencio el espacio. El tiempo no es lineal, sino cíclico, algunos físicos lo validan. El sonido del eructo lo demuestra; viaja a 30 metros a la redonda. El compañero recuerda,  John Berger lo dijo; “nuestras vidas no son puntos en una línea – una línea que hoy es amputada por la voracidad instantánea del orden capitalista global sin precedentes. No somos puntos en una línea, somos los centros de los círculos”.

Tales círculos lo rodean a él, hombre sabio en la lectura del territorio, con testamentos dirigidos por nuestros predecesores desde la Edad de Piedra y por textos y voces que no se dirigen a él, ni a su compañero, ni a nosotros, pero que podemos presenciar. Textos que le recuerdan a él a su compañero y a nosotros que el ingenio puede burlar las fatalidades, que lo que deseamos nos tranquiliza más que las promesas.

Y, entonces pues, empinan juntos el codo, las botellas se vacían y el ser se llena, emancipan juntos, entienden juntos, saben juntos que es necesario el coraje para resistir y seguir resistiendo en la lucha, aprendiendo juntos, en unidad más que humana y comprendiendo hasta el infinito que maldecir las formas establecidas y reírse de ellas es liberador.

Por lo tanto es muy oportuno hoy y siempre, mandarlas a la mierda.

P.D. (y compostearlas)