DANZA Y CANTO A LAS NUBES DESDE LA MILPA

Por Rodolfo González

Dicen por ahí muchos campesinos que no se han creído el cuento de la agricultura química militar, que la yunta y la milpa atraen a las nubes, que hay una misteriosa empatía y sincronía entre nubes y milpa. Y yo lo creo. Pues hay testimonios de sobra; “la lluvia no escasea cuando a tu tierra proteges”, comenta Rodolfo, un campesino orgánico tradicional de La Ciénega, Municipio del Limón, mientras que su compañero Ramón asegura; “si no pones químicos ni herbicidas, al suelo no le falta humedad”.

Estos dos hombres, viven del campo y con el campo. Aún mantienen su sistema de producción diverso como lo es la Milpa. En estos tiempos del mundo al revés, donde la mayoría de agricultores, sobre todo los cañeros, se aferran en hacer infértil su tierra fértil, y los hijos de cañeros, ¿quién recuerda que cosa es eso de la Milpa? ¿Quién todavía utiliza y pone en práctica la palabra asociación?

Sí, pueden convivir en un mismo espacio el maíz, el frijol, la calabaza, el chile, la jamaica, el tomate y dar alimento sano a las familias, sin químicos y con un suelo saludable.

Pero no, ya casi no se hace Milpa, solo maizales, caña, agave, invernaderos que producen jitomates tóxicos a costa de la explotación de la gente y  otros monocultivos que no logran entender el lenguaje de la nube tal como lo hace la Milpa. La Milpa seduce a las nubes con danzas al son del viento, con cantos de orquesta diversa insectil. Además al ser yunta con maíces criollos y mejor aún, nativos, usualmente más altos que los maíces híbridos y transgénicos, éstos pueden estar más en cercanía con las nubes y acariciarlas con su polen de espiga y revelarles las necesidades geológicas de la tierra.

¿Usted no lo sabía? Es que son secretos pues entre la milpa y el cielo, asuntos de mutualismo entre la nube y el suelo.

La nube no es tonta, aunque ya algunas agroempresas usen cañones para desintegrarla, la nube no es tonta, la nube es sabia, sabia de saberes ancestrales y cósmicos, la nube prefiere llover en tierras acolchonadas, cubiertas de zacates y pastizales que en suelos pelones, carentes de cobertura donde la humedad no dura. Y cuando la nube enfurece por aquellas agresiones contra la vida que los gobiernos a cada rato comenten, por ejemplo: esa tonta y absurda práctica de encementar las calles y tumbar los árboles nativos, entonces la nube descarga su coraje y se disuelve en lluvia torrencial que inunda.

Pero no nos es suficiente. Esas aguas purificadoras, capaces de lavar pecados, no han logrado limpiarnos la mirada para vislumbrar un horizonte diferente. Seguimos aferrados a las costumbres de la muerte y no de la vida. Seguimos queriendo competir en lugar de convivir.

Ante eso la Milpa nos enseña. Ella nos muestra que la vida en comunidad es posible. Que en un mismo lugar, se pueden reproducir los maíces rojos, negros, blancos o amarillos, y aparte pueden crecer las gordas calabazas junto con los esbeltos frijoles, las suculentas verdolagas y quelites acariciados de dinámicos insectos  que prefieren los húmedos y verdes suelos y no las pelonas superficies fumigadas con herbicida.

Usted compruébelo en uno de esos medios días en que los campesinos Rodolfo y Ramón, se toman la siesta tras estar realizando la escarda en su Milpa, acostados sobre el suelo cubierto de zacates, en silencio, se echan, cierran sus ojos y abren sus oídos: aún escuchan abejas, abejorros, escarabajos, mosquitas, mallates, aves, reptiles y el viento recogiendo todos estos cantos para llevarlos al aire. Quizá para comunicarle a la nube que esa parcela diversa y orgánica es una fiesta de la vida que merece la lluvia.

Pero, ¿qué le pueden comunicar los campos intoxicados del monocultivo de caña y los invernaderos de las agroempresas a las nubes?  Y, ¿quién se animaría a acostarse en la tierra y disfrutarlo? ¿Los agricultores cañeros se echarían en medio del cañaveral y escucharían algo más que un tractor o una máquina acompañada de olores a químicos y fertilizantes? O los gobernantes aferrados en el desarrollo encementador, ¿se recostarían al medio día más de un minuto sobre su fuente de orgullo que son las calles encementadas?

Algo sin duda anda mal. Y por supuesto que no son los campesinos tradicionales que aún conservan sus semillas, cuidan, aman y hablan con su tierra, producen alimentos sanos para autoconsumo familiar y les importa un pito la tecnificación del campo.